01 • jul. • 2017 Andrea Apolaro en Posturas
Hace unas semanas, las redes frenteamplistas promovimos la presentación de Ricardo Mansilla, docente de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el marco de una actividad organizada junto al Frente Amplio (FA). No fue una acción ingenua: quisimos aprovechar su visita para abordar un tema complejo y acercar una propuesta desde la academia a la fuerza política.
Buscamos pensar el uso de los datos y de las redes sociales por parte de los partidos políticos y especialmente por parte de la izquierda, complejizando el tema más allá de la compra de soluciones tecnológicas coyunturales.
Desde hace algunos años, en Uruguay se viene hablando de big data en relación al manejo empresarial, al uso necesario por parte de los gobiernos y en particular en referencia a ciertos sectores de desarrollo: economía, turismo, medioambiente, salud, deporte y seguridad.
Creímos necesario hablar de internet, el uso y el cruzamiento de sus datos, la utilización de las diferentes redes en relación con los partidos políticos. Estos temas tomaron notoriedad a partir del plebiscito por el brexit en Inglaterra, las elecciones en Estados Unidos y, en un episodio más cercano, la campaña en Argentina y el triunfo de Mauricio Macri.
Al finalizar la campaña presidencial estadounidense de 2012, el big data político empezó a tomar relevancia, cuando se supo que un equipo de profesionales autodenominado “La cueva” se dedicó a trabajar sobre distintas bases de datos (encuestas, registros, censos, recorridos digitales) unificándolas e incluyendo el análisis de información de las redes sociales, con los cuales después elaboraron los mensajes de campaña. A partir de esto, las campañas políticas dejaron de ser masivas y empezaron a customizarse.
En la campaña de Trump se sumó el uso de sofisticados algoritmos de inteligencia artificial, la utilización de grandes bases de datos, el sembrado de noticias falsas y los estudios de la psicología experimental y la psicometría para segmentar los mensajes que les llegaban a los indecisos y lograr el triunfo que nadie podía creer. La comunicación con los electores se particularizó de tal forma que los detalles fueron tan imperceptibles como personales, al grado que al votante le aparecía un mensaje con su color preferido, una gráfica de su gusto y así se llegó a todos los grupos, incluso los más minoritarios.
El fenómeno de la selfie –ese que nos dice que algo vale la pena si es la propia persona la protagonista– la política y el uso del big data hicieron llegar mensajes hiperpersonales, sugestionando a las personas a ver y escuchar aquello con lo que simpatizaban o que seguramente rechazarían de la otra candidatura.
Amplificaron las voces de lo que las personas querían escuchar y generaron burbujas que dificultaban los intercambios o las discusiones entre pares. El mundo pasó de la vieja sobreexposición publicitaria de los mass media, con mensajes claros y públicos, a la personalización detallista del social media.
Cuando se estudian estas campañas y sus resultados, por lo abrumador del tema, se corre el riesgo de sentirse un simple ratón de experimento y quedar paralizado frente a un mundo inmenso que se nos viene encima. Los seres humanos estamos creando y almacenando información constantemente y, cada vez más, en inmensas cantidades. Vivimos inmersos en muchos datos que nos hacen sentir pequeños, medibles y cuantificables. Mansilla planteó la cantidad de conexiones, transacciones, encuentros y negocios que puede generar cada clic. “Apenas llegamos al mundo, una parte cada vez mayor de los habitantes del planeta comenzamos a generar un rastro digital. Se nos asigna un nombre que queda registrado, se toma nuestro peso, estatura y otras medidas de carácter fisiológico por primera vez. Algunos años más tarde comenzamos a asistir a la escuela, donde siguen registrándose datos acerca de nuestra persona. Formamos parte de los censos organizados en el país que habitamos, recibimos un número de seguridad social de identificador nacional y se crean registros médicos personales. Tal vez tenemos una cuenta en Twitter, donde expresamos nuestras ideas acerca de múltiples temas, y también, tal vez, publiquemos fotos en algún sitio como Facebook o Instagram. Revelamos nuestros intereses, deseos y preocupaciones en miles de búsquedas en Google. Por el carácter somero del consentimiento con el cual los compartimos, producen un rastro que les permite a diferentes agentes sociales conocer la parte más íntima de toda nuestra existencia. La privacidad como la conocíamos está desapareciendo”.
Tecnopolítica
Quienes hemos promovido el uso de redes sociales para incidir en política, sabemos que la era digital ofrece infinitas posibilidades de conexión: el “ser en red” ya no es un planteo a futuro, sino que es presente. A partir del uso de la tecnología, se constituye un nuevo entramado social, en el que las personas se conectan, interactuando con otros y siendo parte de procesos colaborativos sin importar la ubicación en el territorio geográfico, ya que se está navegando inserto en la propia red. Para entender la comunicación en redes se hace necesario reconocerla como un espacio autocontrolado y autónomo donde nadie impone y manda: las instancias se pueden transformar en colectivas.
Definimos la tecnopolítica como el uso táctico y estratégico de las redes digitales y la generación de identidades para la acción, organización y retroalimentación de colectivos transformadores de nuestras sociedades, en las diferentes capas de los territorios: la capa mediática, las capas de las redes sociales y las capas de los espacios públicos.
Sin embargo, el uso de las tecnologías no es neutro, y necesitamos visualizarlas desde un aspecto amplio que nos permite pensarlas como nuevos atravesamientos sociales que se han vuelto omnipresentes.
Esto nos lleva a pensar y a cuestionarnos éticamente acerca de qué uso les damos a las herramientas y qué desarrollo tecnológico promovemos. Sin duda la ética es un asunto de las personas, de las personas en relación a “los otros”, incluidos el uso y el manejo de la tecnología.
Al igual que las anteriores revoluciones que han producido cambios en los valores sociales, la nueva sociedad-red promueve y cuestiona a las personas, a las organizaciones y, por ende, a sus partidos, frente a los dilemas éticos y las posibilidades y los límites que ellos implican.
La participación ciudadana, eje transformador en nuestra fuerza política, hoy nos exige algo más que nombrarla: es necesario promover la participación ciudadana digital.
El fortalecimiento de la ciudadanía digital no se puede limitar a promover foros de debate, facilitar trámites o acceder en línea a determinados recursos; la nueva ciudadanía digital implica reconocer su potencia y su capacidad de incidencia en el hacer y en la toma de decisiones políticas.
Con el fortalecimiento de nuevos espacios ciudadanos, que se multiplican a partir de la noción de red y que son parte de nuevas plataformas ciudadanas y ecosistemas participativos, fortaleceremos los vínculos con la dinámica de la sociedad actual.
El desafío de la fuerza política, en su partido y en el gobierno, es fortalecer estas ciudadanías innovadoras, estas formas de interacción social en las que el mundo es un lugar de relaciones, con una nueva interfaz, múltiples pantallas, conexiones táctiles, no vinculantes y con distintas velocidades y tiempos.
Hoy existen numerosas iniciativas ciudadanas que, a partir de la participación colaborativa en red, han encontrado en el territorio digital espacios de oportunidades para desarrollar proyectos innovadores (comunidades que promueven la reutilización de objetos en desuso, colectivos de ciclistas organizados que plantean recorridos seguros, desarrollo de aplicaciones para utilizar calles alternativas al exceso de tránsito en la ciudad, huertas urbanas, economías resilientes, desarrollo de dispositivos urbanos tecnológicos, ciberfeminismos, mapeos ciudadanos culturales y turísticos, artivismo).
Esta ciudadanía se ha hecho un lugar en un mundo que funciona –muchas veces en paralelo– con nuevas formas de hacer y que compromete y desarrolla nuevas éticas.
Sin duda, para enfrentar la política de la manipulación de la información, la política cerrada y segmentada, resulta clave no perder las vinculaciones con la(s) sociedad(es) que habitamos y volvernos “socios” de estas propuestas innovadoras. Para ello, lo primero es reconocerlas y confiar en sus potencialidades.
Tenemos mucho para aprender de las redes sociales; sobre todo de su facilidad, permeabilidad, accesibilidad, ambiente amigable y generación de comunidades. Y no me refiero sólo a las herramientas tecnológicas que lo hacen posible, sino a la confiabilidad que genera su entorno.
Una visión estratégica del uso de las tecnologías por parte del FA requiere superar la lógica de la desconfianza, y plantearnos abordar los temas en los espacios frontera, como lugares de encuentro e intercambio con la innovación ciudadana.
Andrea Apolaro
Andrea Apolaro
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