Sally Burch
Artículo publicado en la revista de ALAI América Latina en Movimiento,
No. 525-526, junio-julio 2017
ALAI AMLATINA, 05/07/2017.- Entre los cambios en curso en el mundo,
uno que pronto será de los más ubicuos es la expansión de la llamada
"inteligencia artificial" (IA) en un sinfín de áreas, que significará
transformaciones significativas en la economía, el trabajo, el
convivir social y muchos otros ámbitos. La IA implica básicamente la
capacidad informática de absorber una enorme cantidad de datos para
procesarlos -mediante algoritmos- con el fin de tomar decisiones en
función de una meta específica, con una rapidez y en volúmenes que
superan ampliamente la capacidad humana. Por ejemplo, ya se lo
utiliza para optimizar las inversiones particulares en la bolsa de
valores, o para ordenar mejor el tráfico vehicular al identificar, en
tiempo real, las rutas más descongestionadas.
El discurso promocional busca vender la IA como respuesta a la mayoría
de problemas; y sin duda, muchas aplicaciones pueden ser bastante
provechosas, a nivel personal o social. No obstante, como toda
tecnología, la forma cómo se desarrolla responde a intereses
concretos; y actualmente casi las únicas entidades con capacidad de
realizar la inversión y manejar las cantidades de datos requeridas
para optimizar los sistemas, son grandes empresas transnacionales:
principalmente estadounidenses, aunque también chinas y, en menor
medida, de algunos otros países.
La hegemonía que han logrado estas empresas se debe, por un lado, a la
posición clave que ocupan al controlar las plataformas que conectan
los diferentes actores, hecho que se presta a la conformación de
monopolios. Y esto a su vez les permite acumular más datos, insumo
principal de esta nueva economía digital. Entonces, y sobre todo
cuando se trata de transferir servicios públicos o funciones críticas
a sistemas de IA manejados por estas empresas, surge una contradicción
entre la meta de máxima ganancia de la empresa y las exigencias del
interés público.
Uno de los riesgos más evidentes es una eventual falla o hackeo en un
sistema vital (como la red eléctrica) o de alto peligro (como los
vehículos de automanejo). Posibilidad que aumenta si la empresa
responsable trata de aumentar su ganancia al reducir el gasto en
seguridad.
Pero surgen serias implicaciones y desafíos en muchos otros aspectos,
particularmente respecto a los derechos humanos o las zonas grises en
lo jurídico; como también en materia de soberanía.
En los países desarrollados (en particular Europa), está abierto el
debate sobre las implicaciones de la inteligencia artificial y se ha
comenzado a elaborar marcos de principios y derechos, que contemplan
cuestiones como:
- Los robots y sistemas de IA programados para tomar ciertas
decisiones tienen a veces algoritmos complejos que resulta imposible
saber exactamente cómo y por qué tomaron tal decisión y no otra.
Entonces, ¿quién es responsable por las consecuencias de estas
decisiones?
- ¿A quién(es) pertenecen los datos que los sistemas informáticos
recaban de los sensores (por ejemplo, de una ciudad) o de los usuarios
(con o sin su consentimiento o conocimiento)? ¿Qué implicaciones
tendría en cuanto a quién(es) se benefician de los rendimientos
económicos que producen?
- ¿Cómo evitar que los sistemas inteligentes profundicen las
exclusiones y discriminaciones (intencionalmente o no)? De hecho ya
existen muchos casos donde se evidencia que los prejuicios sociales se
reflejan en los mismos algoritmos.
Posiblemente uno de los problemas más agudos sería el impacto sobre el
empleo debido a la robotización o la automatización de la producción
de bienes o servicios. Hay pronósticos de que el empleo en muchos
sectores va a desaparecer, y que los nuevos empleos serían
insuficientes para absorber a todas las personas desplazadas; entre
los sectores más vulnerables se menciona a los choferes profesionales
o el personal de venta de supermercados y almacenes. Por ello, hay
cada vez más apoyo, en los países desarrollados, incluso entre el
sector empresarial, a la idea de que será necesario establecer un
ingreso básico universal para la población que queda sin empleo
remunerado, que sería subvencionado mediante políticas de
transferencia de ingreso de las empresas ultra-rentables del sector de
la IA.
Toda vez, otros analistas consideran que se exagera el peligro de
pérdida de empleos al menos en el corto plazo, (tal vez por motivos
políticos: un trabajador con miedo de perder su empleo será más
dócil), ya que si fuera cierto que los robots están remplazando
masivamente a trabajadores, se estaría produciendo un fuerte
crecimiento en productividad, lo que, al menos en el caso de EE.UU.,
no se registra.[1][1] El crecimiento promedio es de apenas 1.2% anual
en la última década y solo 0.6% en el último quinquenio.
Pero no cabe duda que hay una transferencia de riqueza hacia las
empresas que concentran poder en el sector IA (a veces conocido como
GAFA -Google, Apple, Facebook, Amazon-, o GAFA-A, incluyendo a la
empresa china Alibaba); enriquecimiento basado en la acumulación y
procesamiento de datos,
El impacto en el Sur
En América Latina, hasta ahora, hay poco debate sobre estos temas.
Sin embargo, podemos estimar que los impactos serán importantes y a
relativamente corto plazo. Por un lado, los cambios en el Norte
tendrán sin duda secuelas en el Sur. Por ejemplo, a medida que avance
la robotización y automatización, ciertas líneas de producción que
fueron desplazadas a países del Sur para beneficiarse de la mano de
obra barata, regresarían al Norte. De hecho ya está ocurriendo: en
India, por ejemplo, se han reducido fuertemente los empleos en el
sector de tecnologías de la información, en particular los centros de
llamadas. Por otro lado, la contratación en el Sur de sistemas de IA
de proveedores del Norte, por ejemplo para mejorar los servicios
públicos, significará nuevas formas de extracción de riqueza y datos y
por ende nuevas formas de dependencia, mayores brechas entre Norte y
Sur, etc. Sería importante realizar estudios que midan las
repercusiones reales en nuestros países y para estimar el impacto
potencial.
En un artículo de opinión publicado hace poco en el New York
Times[2][2], Kai-Fu Lee, (quien encabeza una empresa china de capital
de riesgo y preside su Instituto de Inteligencia Artificial), presenta
las perspectivas en términos bastante crudos: para el futuro
previsible, si bien la IA está muy lejos de poder competir con la
inteligencia humana, él reconoce que tiene la capacidad de
reconfigurar el sentido del trabajo y de la creación de riqueza, lo
que desencadenará la eliminación a amplia escala de empleos,
conllevando a desigualdades económicas sin precedentes. Por ello,
considera inevitable introducir políticas de transferencia de ingreso
de las empresas de IA con alta rentabilidad hacia los sectores sin
empleo, lo que será factible -dice- en países como EEUU o China, que
tienen el potencial de dominar el sector. Pero, siendo la IA una
industria donde la fortaleza engendra mayor fortaleza, la mayoría de
países quedarán fuera de esa posibilidad, por lo que "enfrentan dos
problemas infranqueables. Primero, la mayoría del dinero que produzca
la inteligencia artificial irá a Estados Unidos y China". Y segundo,
tener poblaciones en crecimiento se convertirá en una desventaja, por
la escasez de empleos.
Entonces, pregunta qué opciones quedarán para la mayoría de países que
no podrán cobrar impuestos a empresas de IA ultra-rentables: "Solo
puedo predecir una: a menos que deseen hundir en la pobreza a su
gente, se verán obligados a negociar con el país que les proporcione
la mayor cantidad de software de inteligencia artificial -China o
Estados Unidos- para que en esencia sea dependiente económico de ese
país y acepte los subsidios de asistencia social a cambio de que las
empresas de inteligencia artificial de la nación 'madre' sigan
obteniendo ganancias de los usuarios del país dependiente." El autor
estima que las empresas estadounidenses dominarán en los países
desarrollados y en algunos en desarrollo, y las empresas chinas en la
mayoría de países en desarrollo, arreglo económico que "transformarían
las alianzas geopolíticas".
Sin duda, es un pronóstico influenciado por la perspectiva geopolítica
china, pero lo destacamos aquí porque es poco frecuente que el sector
empresarial quiera reconocer esta realidad. Se puede pensar que
habría otras salidas; no obstante, con la actual inercia en la mayoría
de países del Sur frente a esta realidad, aún poco entendida, un
escenario parecido al que prevé Kai-Fu Lee parece bastante probable.
El Sur permanecería en su rol de proveedor de alimentos y materias
primas y se ahondaría su dependencia del Norte.
No hay mucho tiempo para reaccionar, como lo destacó, en su reciente
visita a Ecuador, el ex ministro de finanzas de Grecia, Yanis
Varoufakis, quien advirtió que el modelo económico actual de ese país
suramericano apenas podrá durar unos cinco años más y luego -si no hay
un recambio tecnológico-, quedará fuera de la cadena de creación de
valor. "El cambio tecnológico se está moviendo rápidamente contra los
productores primarios: los países de ingreso bajo o medio que dependen
del comercio físico". A la vez que alabó la sofisticación de la
política financiera ecuatoriana frente a la dolarización y la deuda
externa y para la redistribución de la renta, consideró que el reto
actual es encontrar una sofisticación similar en el sector
tecnológico, emulando, por ejemplo, a Estonia o Islandia, con una
política de soberanía tecnológica, para que se vuelva un ejemplo para
la región y para el proceso de integración regional.
Mientras tanto, las transnacionales del sector se apresuran a
derrumbar cualquier barrera que pueda subsistir para su dominio global
sobre los mercados y los datos. Avanzaron su agenda, con muy poca
resistencia, en los capítulos sobre comercio electrónico de los
acuerdos comerciales TPP (Tratado Transpacífico - ya difunto) y TISA
(Acuerdo sobre el Comercio de Servicios - por ahora congelado);
entonces la apuesta ahora es abrir negociaciones sobre "comercio
electrónico" en la Organización Mundial del Comercio (OMC)[3][3].
Sin duda, el reto de la nueva economía digital apela a una voluntad
política clara y contundente, pero también a buscar alianzas. Por el
tamaño de las inversiones que requiere, es poco pensable que cualquier
país latinoamericano por sí solo pueda encontrar una salida adecuada;
pero un bloque de países -como UNASUR- tendría mayor capacidad de
desarrollar niveles de respuesta, por lo menos para afirmar soberanía
regional en algunas áreas críticas. Le permitiría asimismo acumular
más poder de negociación frente a las potencias en IA y sus empresas,
como en las instancias globales donde se definen políticas de
gobernanza.
- Sally Burch, periodista británica-ecuatoriana, es directora ejecutiva de ALAI.
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[1][1] Ver Dean Baker, "The Data Defying Job-Killing Robot
Myth", http://cepr.net/publications/op-eds-columns/the-data-defying-job-killing-robot-myth
[2][2] Kai-Fu Lee, "La verdadera amenaza de la inteligencia
artificial", New York Times, 27 de junio 2017.
https://nyti.ms/2ug7h2q
[3][3] Ver Sally Burch, "La agenda del comercio electrónico en la OMC", http://www.alainet.org/es/articulo/185534